martes, 6 de marzo de 2012

La humildad es andar en Verdad. Una persona humilde es una persona ubicada. Y delante de Dios, la oblicuidad, por decirlo así, viene de la mano de la manifestación de la grandeza de Dios.
La humildad manifiesta genera como consecuencia la revelación de la pobreza de la persona. La grandeza de Su amor, nos muestra nuestra condición humilde. Pero Dios no nos violenta, cuando nos muestra la condición nuestra.
A ver, Dios no nos humilla, como lo entendemos nosotros. Aunque si nos regala la humildad, no nos humilla arrinconándonos, con la revelación que hace de Su grandeza y la consecuencia que trae esto de nuestra condición pobre. Al contrario, cuando es Dios el que nos muestra quiénes somos y cómo somos, nos alienta. Nos invita a crecer, a dar pasos para madurar.
Es muy importante esto, a la hora de querer buscar los caminos de humildad. Porque por ahí sentimos que, aún desde una espiritualidad deformada, que hay que humillarse. Sí, es verdad que hay que humillarse. Pero ¿delante de quién? Es delante de la presencia del Dios Vivo, donde se adquiere la verdadera humildad.
No es buscando la forma de violentarse a sí mismo, para generar la humillación. Esto último suele traer consecuencias bastantes graves. Y nos pone en riesgo de la verdadera humildad. Porque nos hace como perder la estima. Que es el lugar que fácilmente se cae, para confundir la humildad con esta baja percepción positiva de sí mismo. Que es la falta de autoestima.
La verdadera humildad, lejos de ponernos en condición de mismo valoración, nos hace estar en otro lugar, y nos hace querer bien. Nos hace amarnos bien. Porque es Dios quien regala esta condición. Y cuando Dios se manifiesta, lejos está Su presencia de generar desprecio por nosotros. Al contrario, mostrándonos lo peor que puede haber en nosotros, Su presencia es como una caricia que nos invita a ir hacia delante.

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